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"La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras." - Jean Jacques Rousseau

miércoles, 31 de julio de 2013

Capítulo 8 p. 2

Fue a su cuarto y se encontró a su extraño compañero de cuarto poniéndose el pijama.
--Hola—le dijo.
La hora de acostarse era la única en la que cruzaba una o dos palabras con él, pero no más, o sino los otros chicos podrían creer que Iván le caía bien y le dejarían de hablar.
--Hola—contestó Iván con su imperturbable tono de voz.
A Luis se le ocurrió que aquella era la ocasión perfecta para indagar algo sobre él, tenía la mejor excusa.
--¿no bajarás a hablarle a tus padres?
--Mmmm, no.
--¿Por qué no?
--Porque no.
Era más fácil hacer hablar a las piedras. Cambió de tema, a ver si lograba distraerlo de ese modo y después, intentaría de nuevo.
--¿Ya terminaste el libro que estabas leyendo?
--Ya, es la segunda vez que lo leo.
--¿En serio? ¿Lees los libros dos veces?—preguntó Luis con sincera sorpresa.
Iván intentaba doblar su camisa sobre la cama sin conseguir que quedara bien, haciéndoa, deshaciéndola y rehacíendola una tras otra vez.
--Sí, ¿tú no?
--Estás loco, si hiciera eso no podría leer otros libros.
--¿y si el libro te ha gustado mucho?—preguntó Iván interrumpiendo su tarea por un momento.

--Pues ya lo tengo en mi cabeza, puedo recordarlo cada vez que quiero.
--Pero no exactamente igual.
--Pero da lo mismo, ya sé que pasa. Además, yo sólo leo libros gruesos—dijo con autosuficiencia. Por fin podía presumir de sus dotes literarias—he leido libros de setecientas páginas y eso, porque no he encontrado más gruesos, pero tenía la letra pequeña así que pude ser de ochocientas.
--¿En verdad?—preguntó Iván impresionado--¿y cuánto te llevó leerlo?
--Pues…--dijo Luis tornando los ojos mientras intentaba recordar—tal vez cien noches, no sé.
--¿Y la historia era buena?
--Ahmm, pues sí…era sobre un…psicópata-dijo añadiéndole especial intensidad a la última palabra. Ahora estaba en donde quería, había dado en el clavo para saber algo más sobre Iván—y quería matar a su inquilino. Al principio todo era aburridamente normal y descriptivo y pensé que iba a tener unos dieciocho años cuando terminara el libro, pero por la mitad se pone muy bueno.
--¿Y qué ocurrió?—preguntó Iván, olvidando lo que hacía y jalando una silla para escuchar la historia. Luis se sentó en la orilla de su cama permanente—no había dormido en la otra desde la llegada de Iván—y prosiguió:
--Pues un día el psicópata decidie que ya llegó la hora de matar al Mirkoff, su inquilino, y planea tenderle una trampa…pasa horas en eso, pero es realmente entretenido y es tan obvio, pero Mirkoff no lo sabe y va tan tranquilo!


Iván abrió aún más sus grandes ojos con las palabras de Luis. Ciertamente, el chico tenía una habilidad natural para contar historias, entretener a la gente, aunque no se daba cuenta de eso pues en casa no tenía a nadie con quién hablar de eso. Disfrutaba tener a un publico, aunque fuese de una persona.
--Cada paso y acción que Mirkoff hace está planeada y ya sabes que las cosas irán mal ¡sí lo sabes! Y el libro te mantiene tan tenso que me parece que llegué a sudar, pero Mirkoff también es inteligentísimo y se da cuenta de que algo ocurre, pero son detalles pequeñísimos que a ti se te olvidan…entonces es cuando tiene sentido la primera parte del libro, es aburrida a propósito para que se te olvide que ya te dijeron eso con lo que Mirkoff descubré que lo quieren matar. Pero Dillon, el psicópata, no se le da nada y nota que Mirkoff lo ha pillado y… no puedo decirte lo que pasa.
-- ¿Por qué no?—dijo Iván, cambiando el tono de voz por vez primera—Mirkoff se salva no? El protagonista siempre se salva.
--Bueno, no puedo decírtelo porque te arruinaría la historia.
--Pero no conseguiré el libro, jamás sabré que pasa.
Luis se lo pensó un poco, porque si Iván lograba conseguir el libro entonces ya no tendría caso leer las partes aburridas y luego las divertidas si de todos modos ya sabía el final.
--Anda—insistió Iván—cuéntame y te doy algo.
--¿qué me darás?
--primero dime si Mirkoff se salva, aunque seguro que se salva.
La oferta era tentadora, tenía que saber qué e ofrecía Iván, podía ser algo estupendo o un engaño. Se lo pensó un momento y concluyó que no perdía nada arruinándole el final, total, muy problema de Iván.
--Bueno, Mirknoff logra avisarle a la policía y llegan
--Já! Lo sabía—interrumpió Iván, triunfal
--Pero llegan tarde, Dillon mató a Mirknoff.
--No—pronunció Iván, descreído.
--Sí—sostuvo Luis—lo hizo de la misma forma en que unos asesinatos extraños mencionados muy al principio ocurrieron. Siempre era así, la policía llegaba tarde y Dillon se escapa y se iba a otro lugar a matar a alguien más. Así había sido, por diez años y seguiría igual, porque los policías son muy tontos para descubrirlo.
Los chicos se quedaron en silencio unos segundos y Luis agregó:
--¿Qué me darás?
Otro silencio.
--¿Crees que esté basado en hechos reales?—preguntó Iván.
--Sería de miedo—Luis sintió un escalofrío recorrer su espalda tan sólo de imaginarlo.
--Bueno, yo leí una historia que lo estaba, esa era la peor parte…
Iván comenzó a contarle el relato, después conversaron sobre asesinatos extraños y crímenes sin resolver, sobre la calle Morgue, sobre sus animales favoritos y sobre el hecho de que Iván siempre había querido un perro, pero sus padres no lo dejan porque decían que eran muy sucios. Luis le contó sobre Trufa, su Cocker Spaniel y unos peces de su hermano, que murieron a las tres semanas de comprarlos porque siempre olvidaba cambiarles el agua o alimentarlos.
Luis decidió que Iván no era tan aburrido como parecía, ni tan raro; simplemente era de esas personas a las que no les gustaba hablar mucho al principio, pero una vez que se les conocía mejor eran como los demás. Iván era incluso un poco mejor, porque sabía buenas historias, aunque no fuesen de libros gruesos.
Pasó la hora de dormir y  ellos continuaban hablando hasta que un instructor llegó a interrumpirlos.
--¿Qué hacen aún despiertos? Mañana no querrán levantarse y no los esperaremos si se retrasen, debemos tomar el autobús para ir a la Costa.
Los no se habían percatado de la hora que era, incluso les hubiese gustado seguir charlando y hablando de fantasmas y apariciones, pero el instructor les obligó a apagar las luz y no les quedó más remedio que dormir.
Luis se tapó hasta los ojos, le gustaba sentir las cobijas en su cara, era como aislarse del resto del mundo y estar protegido. Asomó un poco la nariz y en la oscuridad vio que Iván se había vuelto de lado.
--¿Qué vas a darme?
No le contestó. Creyó que Iván se había quedado dormido por lo mucho que tardó en decir algo.
--No sé, en realidad no tengo nada.
Fantástico. Iván se cubrió por completo para que Luis no molestara y este hizo lo mismo, sintiéndose un tonto por haberle develado el final a su compañero.
“Como quiera, el sólo se arruinó la historia” pensó.
Una vez que la charla cesó los muchachos se quedaron profundamente dormidos y no se escuchó nada más, sino su respiración.

Creditos de las Fotos: Desconocidas, encontradas en la web. Yo no soy la autora de ellas.

Capítulo 8 parte 1

Iván llevaba tres días en el campus y ningún amigo. Era callado y retraído, ni siquiera cruzaba palabra con Luis, a pesar de que se veían cada noche y cada mañana, si es que el primero no decidía levantarse antes que todos.
En un campus de verano, en el que te quedarás tres semanas; dos días son el equivalente a unos dos o tres meses de clases normales, y si para ese momento aún no logras hacer amigos es porque eres un caso triste y perdido.
En el comedor se sentaba en la esquina de una mesa hasta el frente, en donde era difícil platicar e integrarse al resto de los chicos. En las horas libres estaba sentado bajo un árbol dormitando o con su libro en mano.
El mundo pasaba junto a Iván y él no se detenía a observarlo. Parecía no darle mucha importancia al resto de los chicos. No sólo no se integraba, ni siquiera hacía un intento por que lo aceptaran, lo que desconcertaba aún más a Luis.
Eran él y un momento de pensamientos que nadie quería descifrar. Una cara redonda y pálida que podía pasar por la de un muerto, excepto bajo el sol, cuando se enrojecía. Su mente siempre estaba en otro lado; caminando junto con el grupo pero sin hablar con nadie más que con algún instructor que al ver su soledad se le acercaba.
Cada que Luis lo miraba para ver si lo descubría haciendo algo fuero de lo ordinario, lo veía sentado, con el aburrimiento constipado en los ojos y son sus dedos moviéndose frenéticamente por la desesperación que le causaba estar entre ellos. Lo notaba, a veces maldecía por lo bajo, creyendo que nadie lo oía, pero Iván lo notaba.
Sus peculiaridades animaban a los muchachos a hacerle la vida un poco imposible. Un poco, ya que Iván estaba tan alejado de todos que era difícil molestarle aunque en verdad lo intentarán.
A veces lo dejaban pasar hasta el último en el salón de clases. Si contestaba algo bien, le contestaban con alguna burla en español que la maestra no entendía y los muchachos explicaban que “eso quiero decir felicidades en español, señorita”, a lo que Iván no ponía objeción.
Al final, nadie podía odiarlo, porque no daba razones ni los acusaba de nada; pero tampoco podían terminar de considerarlo un posible miembro de la pandilla porque su indiferencia los ponía demasiado nerviosos.
Iván fue “el nuevo” hasta finales de verano, ya que ningún otro chico llegó después de él.
Ahora de la cena a los chicos les gustaba comenzar a hablar de historias de fantasmas y muñecos poseídos, aunque al final, la conversación siempre terminaba en lo mismo.
--¿Y qué hace? ¿Cómo es?—le preguntaban el resto de los chicos a Luis, que sin querer se había vuelto algo así como el nuevo líder gracias a la pelea con Alfonso, su disparatada imaginación que impresionaba a los demás y el hecho de ser el compañero de cuarto de Iván.
--Pues no hace nada, generalmente subo antes que él y me quedo dormido—decía. Aunque era de esperar lo contrario, Luis no podía decir nada extraordinario sobre Iván porque en sí no ocurría nada anormal.
--Pero ¿no habla?—insistía uno de los chicos--¿no te ha contado de donde viene? ¿quiénes son sus padres?
--No, sólo sé que se llama Iván.
--Bueno, pues eso es muy raro, Luis, muy, muy raro—dijo Omar—mira, si yo fuera tú me cuidaría de él. Es de esas personas que no tienen pasado.
Se escuchó un clamor temeroso entre los muchachos.
--Y puede que una noche, mientras tú tranquilamente duermes, el saque un chuchillo y…--deslizó su dedo encima de su garganta y sacando la lengua, como si le estuvieran rebanando el cuello.
Un escalofrío recorrió la espalda de Luis, pero luego intento ser racional. No podría, porque te revisan todo cuando llegabas y si encontraban algo raro te lo confiscaban.
--Estate atento—terció Omar—no nos gustaría tener que ir a un funeral en vacaciones, sabes.
Por ser sábado en la noche tenían permitida una llamada, así que casi todos tardaban más en regresar a sus cuartos pues hablaban  a sus casas. Algunos se ponían a llorar, sobre todo los que por primera vez salían de casa o los más peques. Pero a Luis ese ritual ya no le gustaba y decidió que podría llamarlos la semana siguiente.

***


domingo, 14 de julio de 2013

Capítulo 7

La mañana siguiente continuó gris, ya seca, pero sin asomo de sol. El nuevo ya estaba listo cuando despertó. Se levantó con la rapidez con la que salía del salón de clases y se metió a la ducha que por suerte estaba vacía. Se alistó y salió, esperando que aún estuviese a tiempo de llegar al desayuno. Luis notó que el nuevo estaba aún ahí, sentado en la silla del escritorio pegado a su cama y con el mismo libro de la noche anterior entre las manos.
Miró el reloj, eran las seis treinta.
--Qué rayos…--dijo en un susurró y después se dirigió al nuevo--¿Oye qué crees que haces, desde que hora te levantaste?
--Mmmm no lo sé, creo que a la seis—dijo el otro chico indiferente, sin despegar la mirada de su libro.
¿Estaba loco? Maldito compañero de cuarto que tenía que llegar y sus malditas manías de levantarse temprano.
Luis se tumbó en la cama hundiendo la cara contra la almohada y murmuró algo incomprensible.
--¿Qué dices?—inquiero el nuevo.
Luis despegó en la cama y repitió lo que había dicho
--¿Por qué rayos te levantas a esa hora cuando nos despiertan a las siete?
El nuevo dejó su lectura por un segundo, lanzándole una rápida mirada a Luis y alzando los hombros con indiferencia.
--No me gusta compartir baño, así que me ducho antes de que los otros entren.
--¿Qué?--inquirió desconcertado--no te va a pasar nada, ni te vas a contagiar algo.
--No me gusta—replicó el nuevo.
--Estás loco.
El nuevo no se inmutó para nada.
"Pero si es un creído" pensó. Y de paso, se notaba que era un bicho raro. Con esa mirada tan indiferente y su todo de voz lacónico. No iba a aguantarlo, no iba a aguantarlo.
Luis se quedó acostado unos cinco minutos pero sabía que le sería imposible volver a dormir. Una vez que se levantaba, por más cansado que estuviese, podía pasar medio día dando vueltas en el colchón tratando de conciliar el sueño y no lo lograría.
No le gustaba para nada aquél chico, aunque no tenía idea de porque. Desde el comienzo le pareció insoportable. Era el mismo que había dicho “El Mackenzie”. Ya desde ese momento supo que con él habría mala leche y no planeaba juntarse mucho con ese chico, y ahora resultaba que era su compañero, después de tres noches siendo el rey del cuarto.
Pensó en Anthony, el chico con quien había compartido cuarto la primera vez que asistió al campamento. Habían llegado juntos al campus, el venía de Argentina y hablaba muy chistoso, sobre todo cuando se emocionaba, entonces Luis casi no entendía con tantos "Oshe, tío pero como mola y mirá que sho soy dificil de flipar, ché". Anthony le había caído bien desde el principio. Cuando se fueron se pasaron sus correos y a veces se conectaban para jugar Halo o cochecitos, o sea, a pesar de la distancia, todavía eran amigos.

También recordó al Kamikaze. En realidad no se llamaba así, era un coreano que tenía un nombre tan corto que no valía la pena gastar saliva en él. A pesar de que ninguno de los dos hablaba bien inglés en ese entonces, el Kamikaze traía un montón de chucherías tecnológicas que nunca había visto en México y como podía, le explicaba a Luis como usarlas, jugando juntos hasta muy tarde.
Pero este nuevo le pateaba el hígado con sus aires de sabio.
--¿Cómo te llamas?—le preguntó el chico nuevo dejando su libro aparte. 
Lo miró con esos ojos azules que a Luis le recordaban dos gotas de agua congeladas y le dedicó una leve sonrisa, desconcertándolo, pues esperaba que el sentimiento de odio fuera mutuo. 
Tardó un poco en contestar hasta que reaccionó.
--Arturo…Luis…Me llamo LuisArturoFlorescanoMelle—dijo tal y cómo su madre le había enseñado desde pequeño. No es que le gustara ir por ahí diciendo su nombre completo, de hecho le parecía estúpido, pero no podía evitarlo. Siempre le decían que debía ser educado y presentarse como Dios manda y si no lo hacía, su madre le lanzaba una mirada y le obligaba  a repetirlo todo, y si se trataba de conocer a un adulto debía decir "Luis Arturo Florescano Melle, a sus ordenes". Y pese a que ya hacía mucho de eso, no podía evitar contestar así.
--Soy Iván—dijo el otro, intentando no reír por la forma de contestar de su compañero.
--Iván ¿qué?—preguntó Luis cómo si Iván cometiese la peor falta de educación al no presentarse con el apellido completo.
El chico alzó los hombros con indiferencia y no dijo nada. Luis esperó a que contestara pero al no encontrar respuesta repitió la frase que su mamá siempre decía cuando el olvidaba presentarse correctamente:
--¿Qué no tienes padre ni madre?
Iván solo sé que quedó mirándolo sin decir nada.
Era el chico más simple que Luis había conocido en su vida y a la vez, el más raro. 
--Bueno ¿eres huérfano?--dijo, a pesar de saber que una pregunta así era de mala educación.
--No—el chico se levantó de su asiento y se recostó en su cama, hundiendo la cara en el cojín, de la misma forma en que Luis lo había hecho hacía unos momentos.
--¿Y no tienes otro nombre?—insistió Luis, intentando saber cualquier otra cosa sobre ese chico, más por curiosidad que porque en serio le importara.
--No—contestó lacónico, sofocando sus palabras con la almohada.
Era imposible hablar con él. Bueno, mejor así, no tenía ganas de intentar llevar una conversación con alguien que no se esforzaba por seguirla.
Finalmente el sol había comenzado a salir tímidamente tras las nubes grises que habían cubierto el cielo dos días seguidos. Luis deseo que el tiempo no volviera a ponerse así de malo, o su salida de picnic en unos días se arruinaría.
--Oye—dijo Iván, distrayendo a Luis de sus pensamientos meteorológicos
--¿Qué?—“no se dice qué, se dice mande”. A Iván no pareció molestarle, ni siquiera pareció darse cuenta, de con qué palabra le habían contestado.
--Tienes un nombre muy largo.
Siempre tenían que recordarle eso.

jueves, 11 de julio de 2013

Capítulo 6

Despertó con el sonido de la alarma, eran las seis treinta. Dentro de sus cobijas estaba tibio y cómodo. No quería levantarse ni abrir los ojos.
Poco a poco una pálida luz se fue filtrando por sus párpados, despegó la cabeza de la almohada y un vientecillo fresco se coló tras sus orejas.
Todo parecía estar en orden pero recordaba haber despertado a mitad de la noche ¿O había soñado?
La cama vecina estaba tendida y ordenada, no vio maletas. Sí, había sido sólo un sueño. Pero había parecido tan real.
Recordaba la luz y la voz del instructor…¡el instructor! Recordó a James, recordó el castigo y decidió que definitivamente se quedaría en cama. Pero si lo hacía podrían castigarlo por desobedecer con más horas de clase, o con menos salidas o con más tiempo al lado de Alfonso, a quién ahora odiaba.
Aun así, podía fingir enfermedad. No, odiaba a los doctores y a las medicinas.
Volvió a pensar en el sueño de la noche anterior, sin estar de seguro de que era del todo un sueño. Se despabiló y se dio una ducha rápida porque uno de los compañeros con los que compartía baño no dejó de gritarle en un idioma incomprensible, probablemente que se apurase.
Al salir, Luis le dijo una palabrota que el otro no pudo entender puesto que era asiático. 
Lo bueno de estar solo es que podía decir cuántas groserías quería sin que nadie lo regañase, en especial mamá.
“Le podría decir a mi maestra puta y no entendería, no podría decirme nada” pensó. Y rio celebrando que inteligente era. A veces se le ocurrían cosas muy buenas.
En el desayunador se encontró con sus amigos y les contó todo lo que había pasado después de la pelea, perdonándoles que no lo hubieran defendido, más bien porque ya lo había olvidado.
--Me regañaron, me dijeron que me iban a enviar a México sin papeles para que me detuvieran.
--¡No! ¿En verdad?—preguntaban los chicos asombrados.
--Sí, Jane sacó una regla y nos pegó en las manos, la condenada, a Alfonso le estaba pegando tan fuerte que tuve que decirle que parara.
--¿Después de lo que te hizo? Yo la hubiera dejado que siguiera--dijo Pato
--No, es que era horrible, en serio, no podía.
--Oye, eso está grave—terció Sergio.
--Le dije que si estuvieses en México la denunciaría por maltrato, que estaba penado, creo que le entró miedo y nos dejaron ir.
--¿Y qué pasó luego?—preguntó Omar
--Pues nos bajaron el castigo, tendremos una hora más de inglés y en vez de salir a cenar con ustedes nos pondrán a limpiar el sótano.
--Que mala leche, tío—dijo un chico español que se había sentado con ellos--¿No te da miedo que sea una trampa y que te dejen ahí encerrado?
--No, que va—contestó Luis, llevándose un trozo de jamón a la boca—mi casa está construida sobre túneles y debo pasar todos los días por ellos, no me da miedo.
Los chicos estaban maravillados, pues al parecer, Luis era el chico más interesante del campus y le esperaba una noche de maltrato junto a Alfonso que nadie deseaba para sí. Era un héroe.
--¿A sí? Yo no creo que tu casa esté construida sobre túneles—dijo Fred—eso es imposible.
--Pues no me creas si no quieres, tú no conoces mi casa y no puedes saber.
--Pues no es nada, la mía está junto a un cementerio—dijo Fred, llevándose el vaso de leche a la boca con violencia.
--¿Y qué? a cualquier casa la pueden poner junto a un cementerio, pero casi ninguna está construida sobre túneles.
--Quiero decir—corrigió Fred, con un bigote blanco sobre los labios—que mi casa está construida sobre un cementerio.
Luis lo miró con cierto desprecio ¿Qué necesidad tenía aquél pelirrojo de robarle sus minutos de gloria? Los demás muchachos solo escuchaban, deseaban tener casas la mitad de buenas que ellos, aún sabiendo que aquello era mentira.
--Bueno, como quiera, debo alimentarme bien para resistir el trabajo de esta noche—se lamentó con dramatismo Luis. Ese comentario le bastó para que Fred se callara. Ni cómo competir con eso.
Terminó sus huevos con jamón y su vaso de naranjada y dejó su charola sobre la banda. Se separó de sus compañeros porque ninguno iba en el mismo edificio para tomar clases y se fue con otro grupo de chicos.
Era la primera mañana en la que el sol no salía y calentaba sus rostros. Aunque había parado de llover el camino estaba lleno de charcos y las hojas de los árboles tenían rocío. Olía a tierra mojada. Ese olor le gustaba. Si cerraba los ojos e inhalaba se sentía feliz, pero no pudo hacerlo, los chicos lo apuraban para llegar al salón.


La lección iba bastante aburrida, no le gustaba cuando tocaba la clase de geografía. Miraba por la ventana, viendo el verde jardín extenderse ante sus ojos y deseando poder rodar por aquellos prados, correr y ser libre. Quién diablos sabía cuál era el río más largo de Canadá, a nadie le importaba.
--Es el Río Mackenzie—dijo alguien detrás de él.
 ¿Y quién era tan tonto para contestar las preguntas que hacía la profesora, a quien todos ignoraban? Casi detestó al extraño. Volteó para ver quién había dicho eso y encontró una cara nueva. 
No estaba seguro de haberlo visto por el campus.
--Excelente, excelente. Aquí tienes un boleto de un dólar—dijo la maestra entregándole al chico el boleto.
Esos boletos eran fáciles de ganar, sólo contestabas preguntas y te los daban. Juntando veinte podías pedir una pizza o tener una hora más de libertad en el receso. Pero Luis nunca había tenido más de tres.
El muchacho lo cogió con cierta timidez ante la mirada, ciertamente, intimidante, de Luis.
Era un chico de cabello negro y cara redonda, con ojos azules y nariz respingada. Ni idea de quién se trataba.
La clase terminó y los chicos almorzaron, después fueron a visitar la CN Tower,  a la que Luis había ido tres veces, contando aquella.
Después, los chicos irían a la Fábrica de Spaghetti, uno de los mejores restaurantes de la ciudad, al cuál había ido el año pasado. Se lamentó cuando James lo separó del grupo junto con Alfonso y se lo llevó en taxi de regreso al campus porque estaban castigados. Casi le dieron ganas de llorar.

Tuvieron su lección. Verbos en pasado imperfecto.
Cada vez que Luis sentía que ya habían pasado veinte minutos miraba el reloj y sólo habían pasado dos.
“¿Por qué el tiempo se detiene…?” Después de lo que Luis calculó, fueron en realidad 600 minutos, él y Alfonso tuvieron una frugal cena que consistió en carne guisada y verduras que no sabían para nada bien.
Los chicos se despidieron con un “Te odio” y una seña obscena que se hicieron cuando el otro estaba de espaldas. Así, Luis subió hasta su habitación, tomó la cama opuesta a la de la noche anterior y retomó su libro.
Iba en el capítulo seis. Le encantaban los libros grandes, que parecían interminables. Cuando los acababa se sentía más inteligente e incluso, superior a los demás. Incluso superior a su padre, que sólo lo veía leer el periódico. Incluso superior a su madre, que sólo leía El libro del amor, al que estaba suscrita aunque lo pudiera conseguir en el supermercado.
Eran entre las nueve y diez de la noche cuando escuchó que la puerta se abría. Dio un brinco del susto, pues se encontraba bajo ese efecto de los buenos libros, que por un instante hacen que se te olvide en donde te encuentras.
--Puta…--susurró el chico. Era el mismo que había contestado en clase cuál era el río más largo de Canadá. ¿Qué hacía en su cuarto?
--¿A quién le llamas así? ¿Qué haces en mi cuarto?—inquirió Luis levantándose de un salto.
--A ti no—contestó el ojiazul—acabo de darme cuenta de que olvidé mi chamarra en la Fábrica de Spaghetti ¡Diablos! Me la dio mi mamá para el viaje...me la va a cargar.
--Me vale quien te la haya dado ¿qué haces en mi cuarto?
--Este no es tu cuarto, esa ni siquiera es tu cama--dijo el otro quien ya iba de por si de malas.
--Claro que sí, las dos camas son mías. Yo duermo en la cama que quiero cuando se me antoja.  
--Esa es la cama en la que yo dormí anoche, por lo tanto la cama es mía y ya la has destendido toda, idiota.
¿Quién se creía ese chico nuevo? Como no quería otro día de castigo se contuvo de armarla y con el mejor tono que logró advirtió a su nuevo compañero:
--Mira, métete conmigo y te haré la vida un infierno de aquí a que me vaya ¿me entiendes?
Luis se metió a la cama y le dio la espalda al nuevo. Apagó su luz individual y fingió que dormía. Después de unos veinte minutos la curiosidad comenzó a vencerlo y quería saber con quién pasaría las dos semanas y media restantes. Pero no podía voltear y preguntarle cuál era su nombre como si fuesen amigos, eso iba en contra de las reglas de cualquiera que apreciara un poco su dignidad.
Dio algunas vueltas en la cama, tosió, suspiró y dio unas cuántas patadas para interesar al otro a que se acercara, pero éste continuó ignorado.
Al final dio la vuelta para ver que hacía. El chico estaba acomodado en la otra cama ya con el pijama y la nariz clavada en un libro. Luis pensó que no valía la pena continuar y se obligó a dormir

lunes, 8 de julio de 2013

Capítulo 5

Ya les habían dicho que irían a ChinaTown. Estaba emocionado, ya sabía que ahí, uno podía encontrar de todo. Cosas raras como paletas con escarabajos dentro, amuletos de la suerte y antigüedades malditas por fantasmas de samurais que habían muerto en la guerra y esas cosas, con las que su madre jamás decoraría la casa, aunque eran mucho más baratas que las supuestas reliquias que ella metía. Podía tener un espíritu guardíán por cuatro dólares. Era una ganga.
Después del desayuno partieron y fueron libres. Les dieron un mapa y los dejaron pasear por donde quisieran siempre y cuando regresaron a las dos en punto al lugar indicado.
Estuvo con Omar, Pato, Sergio, Fred y Diego. Iban tomándose fotos, bromeando y comprando cualquier chuchería que se les presentaba.
Era como si se conocieran de toda la vida y no desde apenas un día atrás. Recorrieron tantos locales y puestos como pudieron hasta que fue hora de regresar al campus. 
En la tarde tuvieron clases de inglés, la parte aburrida del día. A las cinco fue la merienda, luego los dejaron salir un rato a los jardines, "sin pasarse al parque, y si algún chico falta, los penalizaremos, understand?" y a las ocho todos estaban de regreso en sus habitaciones.
El tercer día fue casi lo mismo, fueron al Downtown. Entraron a una dulcería inmensa, lo más cercano  al paraíso. Pudieron hacer sus propios dulces por cuatro dólares y comprar algunas locas creaciones hechas por los dueños del lugar. Luis compró de todo, aunque dudaba poder comerlo todo de un solo bocado. Después se dirigieron a Dollarama en donde todo costaba un dólar y finalmente estuvieron en el Museo de Cera en donde se tomó fotos con el Presidente Kennedy y con Michael Jordan. Sus amigos se sorprenderían cuando lo vieran con gente tan importante y se preguntarían cómo es que los había llegado a conocer y jamás sabrían que se trataban sólo de muñecos, porque parecían tan reales. Cuánto iba a reírse de ellos y su ingenuidad.
El cuarto día llovió a cántaros y cancelaron la salida al juego de los Blue Jays, el equipo de baseball local ¿Por qué siempre debía ocurrir algo que arruinara las cosas? De seguro si él no hubiese llegado aquella semana no habría llovido ni un sólo día y habrían podido ver al equipo jugar, pero no, las cosas malas pasaban siempre que estaba él. Fue igual el día de su cumpleaños pasado y él día que se estrenó la última película de Harry Potter, en donde la cinta se arruinó cuando iba a la mitad.
Tuvieron que quedarse en el campus y ver alguna película. Los llevaron a la sala de televisión, eran en total unos cuarenta niños y muchos tuvieron que acomodarse en el piso o sobre los brazos de los sillones para caber. 
Luis logró ganar un asiento cerca de la venta, mirando el paisaje que le parecía triste y húmedo. Dentro se estaba caliente y le pareció que era  mejor idea haberse quedado, de cualquier modo, no le gustaba tener que salir cuando hacía demasiado frío.
Estaban pasando una película que ya había visto y comenzó a aburrirse, así que decidió sacar su libro --"que suerte que lo traje", pensó-- y ponerse a leer. 
Todo parecía normal en aquella historia, "aburridamente normal". Pero él seguía esperando, esperando que algo ocurriera porque siempre pasaba algo. 
A él nunca le pasaba nada raro y se desesperaba. "A este paso jamás podré contar nada divertido."
Su padre siempre ausente, atendiendo negocios. Su madre con jaqueca o en "reuniones de damas", como decía. Su hermano en casa de sus amigos y él en casa con Truffa o en las clases de futbol que odiaba.
Más páginas, más sucesos…le gustaba el libro, ahí todo ocurría en vacaciones, a unos chicos, igual que él y sus nuevos amigos, que miraban la película muy atentos.
Tal vez algo emocionante pasaría esa vez, tal vez él también caería por un acantilado y aparecería en otro mundo, como en aquella mágica historia…pero nunca ocurrían cosas emocionantes en su vida. Siguió leyendo: ahora había monstruos y una comunidad de elfos que debía vivir escondida y una guerra que llevaba tanto tiempo en aquél extraño lugar que ya habían olvidado cuánto tiempo hacía que había comenzado. Era increíble como en el capítulo anterior todo ocurría en una escuela normal, con chicos normales. Tal vez en aquél campus había un portal mágico pero nadie lo sabía, tal vez sí existían pero como todo mundo creía que no, nadie jamás los podía encontrar. Tal vez…
--¿Qué haces Florescano?—le preguntó un chico que estaba cerca de él. Era el tal Alfonso que sin estar gritando y pateando parecía normal.
Luis alzó la vista, dejando de pensar en mundos fantásticos y regresando a la realidad.
--Leo—contestó lacónicamente.
--Bah, que aburrido ¿por qué no ves la película?
--porque ya la vi, fui al cine con mis padres a verla.
--Y qué, yo también ya la he visto y no por eso me pongo a leer un libro.
--Bueno, pues no te importa lo que yo haga con mis ojos—le dijo Luis intentando retomar su lectura.
Las palabras de Luis no le gustaron nada a Alfonso.
--Pues si quiero me importa.
Dejó su lugar y se acercó a Luis para decirle más de cerca que era una "rata de biblioteca"
--No lo soy—contestó Luis volviendo a dejar la lectura.
--Sí, te la pasas leyendo todo el tiempo.
--¡Pero sí es la primera vez que bajo el libro!—dijo Luis, más irritadamente sorprendido por la exageración que había hecho Alfonso que por que fuera verdad o no—bueno ¿Qué te importa si siempre leo?
--Ya te dije que me importa lo que se me dé la gana, maricón.
Luis se levantó del asiento y apartó a Alfonso de un empujón.
--Tu padre.
Todos los muchachos sabían que empujar a Alfonso era lo más estúpido que se te podía ocurrir y de paso, insultar a su padre era la mejor idea que podías tener si querías morir. Claro que en cuanto Luis se dio cuenta de su fatal error deseó no haberlo hecho. Pero no podía evitarlo, no podía aguantarse que se metieran con él.
--A mí no me empujas, niñita—dijo Alfonso regresándole el empujón.
--No soy una niña,—Luis sintió como la sangre le subió al rostro y tomó a Alfonso por el cuello de la camisa intentando levantarlo del suelo, para golpearlo contra la pared, como lo hacían en las películas. El chico pesaba demasiado y  sólo logró arrugarle un poco la ropa  y enfurecerlo más.
Con esto Alfonso tuvo suficiente y tomó a Luis por las costillas, apartándole y derrumbándolo, sin importarle que casi aplastó a dos de los niños que se encontraban ahí.
Todos los muchachos comenzaron a gritar insultos y porras mientras Luis y Alfonso rodaban por el piso como dos gatos salvajes. Por momentos Alfonso parecía ir ganando y Luis tenía que moverse como una lagartija para evitar los golpes, luego Luis lograba zafarse y someter a su enemigo quien también luchaba por que los puños no le alcanzaran.
El grupo disfrutaba del espectáculo, les gustaba el desorden y la violencia y sus gritos llegaron hasta los oídos de los instructores. Luis y Alfonso no se dieron cuenta cuando la puerta se abrió y James, uno de los muchachos a cargo, entró.
--What’s going on here? Stop, stop!—decía.  Justo en ese momento Luis logró asestarle un golpe en la cara a Alfonso cerca del ojo, haciendo que esa parte del rostro se le hinchara.
James tomó a Luis por la espalda y lo levantó para alejarlo, pero este lanzaba patadas al  aire y Alfonso, dándole justo una patada en donde cualquier chico se hecha a llorar, causando aún más alboroto.
--¡Para! Ya está bien—dijo James, demasiado tarde para evitar el daño.
Luis estaba emocionado por haber logrado golpear a Alfonos, había ganado la pelea, él era el héroe y no le importaba otra cosa. Finalmente, había hecho algo importante.
--Bueno, ustedes dos vienen conmigo a la dirección—dijo James, sacándolo de su ensoñación.
--¡Pero yo no hice nada!--dijo Luis
--Vamos, acabo de ver cómo golpeaste a este chico.
--Pues fue su culpa, no la mía ¡Yo no empecé!
--No me importa, ya verán cómo les va con Jane.
¡Ir con la directora la directora! Luis sintió que el estómago se le iba a los pies. Cualquier cosa, menos ir con Jane. Pensaría que era un bárbaro, un chico malo, sin disciplina y lo odiaría, y él no podría soportarlo ¡Jane!
--Por favor, no, por favor no me lleve a la dirección.
--Lo siento, es mi deber, vamos.
Cogió a los dos niños por la nuca y los sacó del salón de TV para ir a la oficina de Jane quien se encontraba chechando algo en la computadora.
--Estos dos se estaban peleando—dijo James, casi arrojándolos para que ella los viera.
Jane dejó lo que estaba haciendo y los miró con ojos expresivos y cara de consternación.
--¿Ustedes dos? Por Dios ¿pero por qué? ¿qué no se sienten bien aquí, por qué lo hicieron?
Ninguno dijo nada. Luis se sentía avergonzado e intentaba mirar hacia otra parte.
El reloj marcaba las cinco, la hora de la merienda. Ahí dentro casi había olvidado que estaba lloviendo y se encontraba en ese aprieto por culpa de Alfonso.
--Él me pegó, señorita—dijo Alfonso con un patético lloriqueo.
Luis lo miró con desprecio, pero sin contradecirlo, después, posó su mirada en Jane.
--¿Es eso cierto?—preguntó la muchacha con un amable tono de voz, acercándose al niño.
Su cabello olía bien, aunque de cerca, pudo ver que tenía pequeños granitos en la piel y el maquillaje en sus ojos, un poco disparejo. Aun así, le parecía tan guapa, con esa sonrisa y esas mejillas pecosas.
--Sí, señorita—dijo sintiendo que la sangre le subía al rostro. Le daba pena.
Ella no parecía enojada, ni decepcionada. Estaba indiferente y eso fue lo que le incomodó más. Se dio cuenta de que para ella él era uno entre miles. A ella no le importaba nada.
--Bueno, me temo que los castigaremos, muchachos—dijo.  Miró la pantalla de la computadora y tecleó algo. .
Mañana tendrán una hora más de inglés y no saldrán a cenar con los demás, cenarán aquí. Después a sus cuartos, para que no se metan en más problemas.
Luis ni siquiera protestó, no se sentía con el ánimo de hacerlo, aunque odiaba tener una hora más de clase y compartir la cena con Alfonso.
--¡Pero no es justo, no es justo!—se quejó su compañero. 
Qué llorón era.  No entendía cómo los demás le podían tener miedo. 
Fue al cuarto de televisión a recoger su libro y se marchó a su cuarto. Todos estaban abajo cenando, pero prefirió quedarse sólo.
Eran las peores vacaciones que había tenido y deseaba que terminaran rápido.
Escogió la cama en la que no había dormido la noche anterior y miró el techo, intentando encontrar formas a las manchitas de humedad que había en él. Vio a un perro y a un elefante.
Todavía pudo escuchar la densa lluvia caer en el exterior. Increíble, se va a inundar el campus y todos moriremos ahogados. Alfonso le caía mal, Omar y los otros chicos tampoco eran geniales, no lo habían defendido. Esa se veía borroso, quería regresar a su casa. Extrañaba su cuarto, extrañaba a Truffa, su perra, incluso, extrañaba un poco a su madre y pensó que al menos ella, lo arropaba antes de dormir en algunas ocasiones. Era cuando ella estaba de buenas, y entonces no le parecía del todo mala. No siempre había sido mala, hasta que un día ella decidió cambiar y eran solo regaños y jaquecas.
Santiago, su hermano, le había dicho que todo cambiaba, pero hasta ese momento no se había percatado de que así era. ¿Qué más sería diferente? Se durmió, así pronto iba a ser de mañana.

De repente escuchó pasos y mucho jaleo, prendieron la luz y se levantó de un saltó ¿Era ya el otro día? No… Vio a otro chico alto y delgado cerca de la cama desocupada y a uno de los instructores dejando un par de maletas en el piso.
--Vuelve a dormir—le dijo el instructor

No tuvieron que repetirlo dos veces, tan sólo pudo distinguir una mancha borrosa que se hizo muy pequeña y después todo fue oscuridad otra vez.