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"La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras." - Jean Jacques Rousseau

jueves, 11 de julio de 2013

Capítulo 6

Despertó con el sonido de la alarma, eran las seis treinta. Dentro de sus cobijas estaba tibio y cómodo. No quería levantarse ni abrir los ojos.
Poco a poco una pálida luz se fue filtrando por sus párpados, despegó la cabeza de la almohada y un vientecillo fresco se coló tras sus orejas.
Todo parecía estar en orden pero recordaba haber despertado a mitad de la noche ¿O había soñado?
La cama vecina estaba tendida y ordenada, no vio maletas. Sí, había sido sólo un sueño. Pero había parecido tan real.
Recordaba la luz y la voz del instructor…¡el instructor! Recordó a James, recordó el castigo y decidió que definitivamente se quedaría en cama. Pero si lo hacía podrían castigarlo por desobedecer con más horas de clase, o con menos salidas o con más tiempo al lado de Alfonso, a quién ahora odiaba.
Aun así, podía fingir enfermedad. No, odiaba a los doctores y a las medicinas.
Volvió a pensar en el sueño de la noche anterior, sin estar de seguro de que era del todo un sueño. Se despabiló y se dio una ducha rápida porque uno de los compañeros con los que compartía baño no dejó de gritarle en un idioma incomprensible, probablemente que se apurase.
Al salir, Luis le dijo una palabrota que el otro no pudo entender puesto que era asiático. 
Lo bueno de estar solo es que podía decir cuántas groserías quería sin que nadie lo regañase, en especial mamá.
“Le podría decir a mi maestra puta y no entendería, no podría decirme nada” pensó. Y rio celebrando que inteligente era. A veces se le ocurrían cosas muy buenas.
En el desayunador se encontró con sus amigos y les contó todo lo que había pasado después de la pelea, perdonándoles que no lo hubieran defendido, más bien porque ya lo había olvidado.
--Me regañaron, me dijeron que me iban a enviar a México sin papeles para que me detuvieran.
--¡No! ¿En verdad?—preguntaban los chicos asombrados.
--Sí, Jane sacó una regla y nos pegó en las manos, la condenada, a Alfonso le estaba pegando tan fuerte que tuve que decirle que parara.
--¿Después de lo que te hizo? Yo la hubiera dejado que siguiera--dijo Pato
--No, es que era horrible, en serio, no podía.
--Oye, eso está grave—terció Sergio.
--Le dije que si estuvieses en México la denunciaría por maltrato, que estaba penado, creo que le entró miedo y nos dejaron ir.
--¿Y qué pasó luego?—preguntó Omar
--Pues nos bajaron el castigo, tendremos una hora más de inglés y en vez de salir a cenar con ustedes nos pondrán a limpiar el sótano.
--Que mala leche, tío—dijo un chico español que se había sentado con ellos--¿No te da miedo que sea una trampa y que te dejen ahí encerrado?
--No, que va—contestó Luis, llevándose un trozo de jamón a la boca—mi casa está construida sobre túneles y debo pasar todos los días por ellos, no me da miedo.
Los chicos estaban maravillados, pues al parecer, Luis era el chico más interesante del campus y le esperaba una noche de maltrato junto a Alfonso que nadie deseaba para sí. Era un héroe.
--¿A sí? Yo no creo que tu casa esté construida sobre túneles—dijo Fred—eso es imposible.
--Pues no me creas si no quieres, tú no conoces mi casa y no puedes saber.
--Pues no es nada, la mía está junto a un cementerio—dijo Fred, llevándose el vaso de leche a la boca con violencia.
--¿Y qué? a cualquier casa la pueden poner junto a un cementerio, pero casi ninguna está construida sobre túneles.
--Quiero decir—corrigió Fred, con un bigote blanco sobre los labios—que mi casa está construida sobre un cementerio.
Luis lo miró con cierto desprecio ¿Qué necesidad tenía aquél pelirrojo de robarle sus minutos de gloria? Los demás muchachos solo escuchaban, deseaban tener casas la mitad de buenas que ellos, aún sabiendo que aquello era mentira.
--Bueno, como quiera, debo alimentarme bien para resistir el trabajo de esta noche—se lamentó con dramatismo Luis. Ese comentario le bastó para que Fred se callara. Ni cómo competir con eso.
Terminó sus huevos con jamón y su vaso de naranjada y dejó su charola sobre la banda. Se separó de sus compañeros porque ninguno iba en el mismo edificio para tomar clases y se fue con otro grupo de chicos.
Era la primera mañana en la que el sol no salía y calentaba sus rostros. Aunque había parado de llover el camino estaba lleno de charcos y las hojas de los árboles tenían rocío. Olía a tierra mojada. Ese olor le gustaba. Si cerraba los ojos e inhalaba se sentía feliz, pero no pudo hacerlo, los chicos lo apuraban para llegar al salón.


La lección iba bastante aburrida, no le gustaba cuando tocaba la clase de geografía. Miraba por la ventana, viendo el verde jardín extenderse ante sus ojos y deseando poder rodar por aquellos prados, correr y ser libre. Quién diablos sabía cuál era el río más largo de Canadá, a nadie le importaba.
--Es el Río Mackenzie—dijo alguien detrás de él.
 ¿Y quién era tan tonto para contestar las preguntas que hacía la profesora, a quien todos ignoraban? Casi detestó al extraño. Volteó para ver quién había dicho eso y encontró una cara nueva. 
No estaba seguro de haberlo visto por el campus.
--Excelente, excelente. Aquí tienes un boleto de un dólar—dijo la maestra entregándole al chico el boleto.
Esos boletos eran fáciles de ganar, sólo contestabas preguntas y te los daban. Juntando veinte podías pedir una pizza o tener una hora más de libertad en el receso. Pero Luis nunca había tenido más de tres.
El muchacho lo cogió con cierta timidez ante la mirada, ciertamente, intimidante, de Luis.
Era un chico de cabello negro y cara redonda, con ojos azules y nariz respingada. Ni idea de quién se trataba.
La clase terminó y los chicos almorzaron, después fueron a visitar la CN Tower,  a la que Luis había ido tres veces, contando aquella.
Después, los chicos irían a la Fábrica de Spaghetti, uno de los mejores restaurantes de la ciudad, al cuál había ido el año pasado. Se lamentó cuando James lo separó del grupo junto con Alfonso y se lo llevó en taxi de regreso al campus porque estaban castigados. Casi le dieron ganas de llorar.

Tuvieron su lección. Verbos en pasado imperfecto.
Cada vez que Luis sentía que ya habían pasado veinte minutos miraba el reloj y sólo habían pasado dos.
“¿Por qué el tiempo se detiene…?” Después de lo que Luis calculó, fueron en realidad 600 minutos, él y Alfonso tuvieron una frugal cena que consistió en carne guisada y verduras que no sabían para nada bien.
Los chicos se despidieron con un “Te odio” y una seña obscena que se hicieron cuando el otro estaba de espaldas. Así, Luis subió hasta su habitación, tomó la cama opuesta a la de la noche anterior y retomó su libro.
Iba en el capítulo seis. Le encantaban los libros grandes, que parecían interminables. Cuando los acababa se sentía más inteligente e incluso, superior a los demás. Incluso superior a su padre, que sólo lo veía leer el periódico. Incluso superior a su madre, que sólo leía El libro del amor, al que estaba suscrita aunque lo pudiera conseguir en el supermercado.
Eran entre las nueve y diez de la noche cuando escuchó que la puerta se abría. Dio un brinco del susto, pues se encontraba bajo ese efecto de los buenos libros, que por un instante hacen que se te olvide en donde te encuentras.
--Puta…--susurró el chico. Era el mismo que había contestado en clase cuál era el río más largo de Canadá. ¿Qué hacía en su cuarto?
--¿A quién le llamas así? ¿Qué haces en mi cuarto?—inquirió Luis levantándose de un salto.
--A ti no—contestó el ojiazul—acabo de darme cuenta de que olvidé mi chamarra en la Fábrica de Spaghetti ¡Diablos! Me la dio mi mamá para el viaje...me la va a cargar.
--Me vale quien te la haya dado ¿qué haces en mi cuarto?
--Este no es tu cuarto, esa ni siquiera es tu cama--dijo el otro quien ya iba de por si de malas.
--Claro que sí, las dos camas son mías. Yo duermo en la cama que quiero cuando se me antoja.  
--Esa es la cama en la que yo dormí anoche, por lo tanto la cama es mía y ya la has destendido toda, idiota.
¿Quién se creía ese chico nuevo? Como no quería otro día de castigo se contuvo de armarla y con el mejor tono que logró advirtió a su nuevo compañero:
--Mira, métete conmigo y te haré la vida un infierno de aquí a que me vaya ¿me entiendes?
Luis se metió a la cama y le dio la espalda al nuevo. Apagó su luz individual y fingió que dormía. Después de unos veinte minutos la curiosidad comenzó a vencerlo y quería saber con quién pasaría las dos semanas y media restantes. Pero no podía voltear y preguntarle cuál era su nombre como si fuesen amigos, eso iba en contra de las reglas de cualquiera que apreciara un poco su dignidad.
Dio algunas vueltas en la cama, tosió, suspiró y dio unas cuántas patadas para interesar al otro a que se acercara, pero éste continuó ignorado.
Al final dio la vuelta para ver que hacía. El chico estaba acomodado en la otra cama ya con el pijama y la nariz clavada en un libro. Luis pensó que no valía la pena continuar y se obligó a dormir

4 comentarios:

  1. ¡Ajá! Ya está aquí el misterioso chico ^^
    Muy buen capítulo, interesante como siempre. Ya estoy con ganas del próximo y ver cómo surgen las cosas.
    Un beso! ♥

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  2. Ohhhh, qué guay, tienes un libro, me pondré a leerlo esta tarde ^^
    Prometido :D

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  3. Me muero por las mentiras de Luis y Fred xD siempre había alguien en la clase que decía tener algo que no xD.
    Me dio mucha lástima que se haya tenido que quedar, pobre. Aunque me dio mucha gracia la "despedida" con Alfonso, mi vida xD.
    Oh, así que al fin aparece Iván... ¡parece tan contrario, insultando y todo! Pero apuesto que Luis se llevó una gran sorpresa con eso de que el chico también leyese xD. Seguro se hacen buenos amigos :3
    No sé si sea necesario decírtelo a esta altura, pero adoro tu historia, y cada capítulo de ella es encantador <3.

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